La evolución técnica de la imagen y el sonido, en última instancia la consecución de la digitalización, han ido marcando el grado de sofisticación de la representación icónica pero también su mixtificación, su alejamiento de la cualidad especular que pretendía en sus inicios, induciendo una reflexión no ya sobre su esencia como reflejo de la realidad, sino sobre la dependencia de su propio proceso evolutivo. El público –esa abstracción imprecisa pero de gustos bastante homogéneos– ha ido demandando una espectacularización de la imagen en detrimento de su cualidad realista. Los planos “imposibles” desde grúas, los travellings o el uso del zoom y los incesantes avances en los efectos especiales, fueron alejando a la imagen de sus orígenes realistas y construyendo un lenguaje codificado que el espectador ha ido descifrando en su reiteración. La imagen degradada parece rebelarse contra la sofisticación que impone el proceso de digitalización –en una confrontación semejante a la que el vinilo libró con el formato cd– y tiene un buen campo de cultivo en los vídeos caseros colgados en internet y la captación de imágenes en teléfonos móviles. Es una deriva a un naturalismo iconográfico que puede quedar en mera anécdota o que –como ha sucedido con otras tendencias visuales– puede influir en el desarrollo de nuevos cánones estéticos y narrativos que serían bienvenidos en un panorama audiovisual repetitivo.