Una nueva realidad perceptiva se va concretando impulsada por los avances técnicos vinculados a la materia sonora. De un lado, constatamos la tendencia a la conformación de espacios sonoros personalizados –a través de medios de recepción individualizados– de tal forma que el ser humano es capaz de recrear universos sonoros propios con la tecnología portátil y alcanzar, de este modo, un cierto desideratum auditivo. De otro lado, la industrialización y el desarrollo tecnológico han ido conformando un entorno comunicativo saturado de señales en el que sonidos de variado origen, y ajenos a menudo a la intencionalidad perceptiva del receptor, invaden profusamente su cotidianidad. Sin embargo, la sonosfera del ser humano no ha sido modificada tan sólo en su cantidad, sino también en su cualidad. En numerosos entornos se conforma como una amalgama de sonidos, muchos de ellos de origen incierto –en cuanto a su fuente física y referencial– que crean contextos comunicativos complejos en los que es necesario, a menudo, renunciar a la búsqueda de la causalidad o de la fuente de emisión, pues la profusión de inputs sonoros hace de esta función primaria una tarea dificultosa. La alteración del espacio sonoro está estrechamente vinculada al desarrollo de los medios electrónicos, pero también a la nueva sensibilidad perceptiva que éstos promueven y que deviene en un nuevo realissimum pragmático que, por su propia naturaleza, precisa respuestas adaptativas ante estímulos ségnicos en continua mutación.