Antes de que la escritura se adueñara de la palabra y la palabra del sonido; antes de que el signo esculpido en la piedra por los hombres pudiera ser sometido y manipulado, existió la “oralidad primaria”. En este estadio de la comunicación el sonido “comprendido” y el sonido “sentido” se solapaban en una misma realidad, en manifestaciones que creaban vínculos poderosos y estados emocionales compulsivos. Los fenómenos acústicos, ese “mundo en profundidad”, formaban parte de un entramado mágico, inescrutable y determinista, en el que las manifestaciones poéticas y musicales sirvieron, por su poder sugestivo, de vehículo privilegiado de transmisión de información y fórmula incipiente de control social.