La relevancia de los instrumentos de comunicación como mediadores de la “realidad” ha sido tema de debate recurrente en los acercamientos sociológicos a los mass media. Desde los planteamientos clásicos de la teoría de la comunicación, se asume que los medios estructuran la cotidianidad del individuo, el realissimum pragmático –que determina el comportamiento adaptativo del ser social– a partir de la capacidad de éstos para vehicular datos e interconectar las conciencias de los receptores, esto es, a partir de su capacidad para organizar el presente, moldear el pasado y orientar los acontecimientos futuros desde una labor prospectiva.
Una de las consecuencias de la deconstrucción de los discursos de la modernidad y el descreimiento hacia las valores tradicionales, ya ausentes los vínculos estables que proporcionaban los grandes relatos sociales, es el paso heurístico de los mass media hacia un rol referencial que trasciende los límites de la función social encomendada (información, entretenimiento, refuerzo institucional, etc.), trasmutándose en instrumento homeostático que solapa a los poderes tradicionales en las sociedades democráticas. Los medios pasan, de este modo, de ser instrumentos de uso en el sistema a ser parte indisociable de él, a partir de las conexiones sinápticas con las que opera en el entramado social.
Algunas de las cuestiones que hemos de plantearnos conciernen a los mecanismos de gestión de los valores sociales a través de los medios, o a la singularidad de la influencia que proyectan unos mass media, de naturaleza básicamente audiovisual, que apelan a resortes psicológicos diferentes de los que contemplaba el hombre alfabetizado. Hemos de observar, en última instancia, la relevancia de los medios masivos en la tarea de “negociación” de los valores colectivos, de lo que denominamos el “sentido común”, que se conforma como desideratum comunicativo sobre el que se construye el edificio social.