El papel esencial de la escuela con respecto a la llegada de inmigrantes a sus aulas se sitúa no tanto en el sentido de una adaptación unilateral de los inmigrantes a las obligaciones formuladas por la sociedad de acogida, sino en el sentido de una interrogación, de una acción de formación del conjunto de la comunidad en dirección a la escucha del otro, y de educación hacia la solidaridad, local e internacional. El reto consiste en considerar las posibles semejanzas y no enfatizar las diferencias y valorarlas como una oportunidad de desarrollo individual y grupal debido a las diversas aportaciones de las diferentes culturas que pueden enriquecer la comprensión del mundo y la dinámica social en que vivimos. Será necesario que los docentes deban ser sensibles a las diferencias culturales y reciban formación y ayuda suficiente que les aporte competencia precisa para adaptar sus prácticas educativas a las necesidades individuales de los alumnos. Es necesario concebir la diversidad como una gran riqueza y defender en la práctica real el derecho a la diferencia; de esta forma. Solo por medio de una auténtica pedagogía de lo intercultural, donde la justicia, el derecho a la diferencia y la igualdad serán los principios fundamentales, se podrá sostener un modelo de educación que procure la construcción por parte del alumnado de sus valores personales de una manera autónoma y racional. Hay que hacer una apuesta clara por una sociedad intercultural y para esto tenemos que posicionarnos a favor de promover el mestizaje cultural, generador de riqueza individual y grupal. Para mejorar la situación actual sería necesario una plena implicación de los diferentes estamentos públicos para que cada uno fomentara y normalizara los aspectos de su competencia: sanitarios, educativos, laborales, legislativos, económicos…